Existe una gran confusión –confusión provocada– sobre lo que fuera el nazismo en Chile. Nazismo o nacismo, con z o con c, da lo mismo. Algunos han deseado ver una diferencia sustancial en eso de la z o la c, siendo que originalmente no fuera más que un modo de escribir, una transposición gramatical al castellano del original alemán, reemplazando una letra por otra, para castellanizar el vocablo. Nazismo hay uno solo y nace en Alemania. Sin el nazismo alemán no existe nazismo ni nacismo, en ninguna parte del mundo. Al igual que no hay nazismo sin Hitler, su creador. Hay fascismo, hay falangismo, por cierto, pero el nacismo chileno no fue fascismo ni falangismo, fue nazismo. Pretender que quien afirma esto hoy es extranjerizante, es una majadería, propia del desconocimiento de la vieja "gente de la tropa", o de los malintencionados y los tránsfugas, que traicionaron los antiguos ideales, los grandes ideales, o se adscribieron a la democracia y a partidos cristiano-liberales. Ellos traicionaron a los muertos, a los mártires, a los héroes.
Por supuesto que el Nazismo no fue una creación chilena, ni sudamericana, ni de ningún otro lugar del mundo, fuera de Alemania. Pero tampoco lo fue la Democracia, tal como hoy se practica en gran parte de la tierra y hasta en nuestro país. Esto nace en la Revolución Francesa. Y nadie acusaría a los demócratas hoy de ser poco chilenos, extranjerizantes o "afrancesados". Es con estas teorías o ideales masónico-franceses, o ingleses (también el liberalismo y la doctrina “social de mercado” no han sido inventadas por Chile, que no ha inventado en verdad nada y que, si lo hiciera, no llegaría nunca a convertirse en doctrina universal) con los que nuestra América logra su independencia nominal. Y será sólo con los ideales y con la doctrina socioeconómica nacionalsocialista, difundidos con la Gran Revolución Alemana e Hitleriana de los años veinte y treinta, con los que Chile conquistará su verdadera independencia.
El nacismo chileno fue absolutamente de inspiración alemana, no fue italiano ni español; por la misma ideosincracia de nuestra raza, su estilo encuadraba aquí, en las raíces vernáculas del pueblo. No habría más que leer a Nicolás Palacios para comprender sus razones. Y creo que no se encontrará en Chile nadie fuera de mí que pueda autentificarlo mejor hoy. Por las razones que aquí entro a explicar.
En los años treinta, debido a la muerte de mi amigo Héctor Barreto, militante socialista, comencé a colaborar en la izquierda, de modo que pude ser testigo de la formación del Frente Popular, enterándome de algunas cosas bien extrañas. Por ejemplo llegué a saber que agentes secretos de los servicios de inteligencia norteamericanos y judíos, que aquí aparecían con nombres falsos, eran los promotores de esa gran operación internacional que fuera llamada "Frente Popular" —y que más de algún parecido tiene con la "Concertación Democrática" del Chile de hoy–. Baste un solo ejemplo: un hombre que se hacía llamar Montero, fundador del periódico "Frente Popular", e impulsor de toda esa fundamental "operación política", era en verdad Eudocio Ravines, un judío peruano, luego agente de la CIA. También hubo otro judío-alemán, con el nombre falso de Cassona, cuya "compañera", una bella mujer ecuatoriana, escapó con el poeta Pablo de Rokha, quien hasta ese instante componía odas inspiradas a su mujer, Vinet. Un clima de esta especie tenía que producir una profunda desilusión y rechazo en idealistas jóvenes, como éramos algunos de los amigos de Héctor Barreto (y también, pienso, del gran dirigente socialista Raúl Ampuero, otro amigo de Barreto a quien siempre admiramos, líder intachable, de la línea antimasónica del socialismo chileno).
Y fue justo en aquellos tiempos, en esos decenios ya olvidados, que sin embargo son el crisol, la fragua, el caldero donde se originó toda nuestra política posterior, cuando se lleva a cabo en Chile el horrendo crimen de los nacistas chilenos. De los nazistas antidemocráticos, totalitarios, que aspiraban a acabar con la democracia corrompida en nuestro país. Porque los que dan el golpe el 5 de Septiembre de 1938, en Santiago –como los que lo dieron en Munich, en 1923– no lo hacían para "regenerar la democracia", ni para "obtener garantías de elecciones limpias", como lo afirman algunos oportunistas, traidores, o bien ignorantes, sino para acabar con la democracia aquí, así como acabaron con la democracia en Alemania, con el triunfo de Hitler.
Es en la matanza y masacre del "Seguro Obrero" donde se da comienzo a mi historia como nacionalsocialista. Fue tal la conmoción que me produjo el asesinato "democrático" de esos muchachos inermes y heroicos, que enfrentaron la muerte con sus nombres propios, que eran idealistas de verdad y que eran de mi misma generación, que deseé dar un vuelco definitivo a mi vida, abandonando el mundo turbio de esa izquierda marxista, antinacional, internacional, para ir a colaborar con los camaradas de los mártires. Pero es en este punto donde empieza a producirse el verdadero drama, tan típico de nuestra historia invertebrada, repleta de traiciones y desengaños. El Jefe carismático, me atrevería a decir el extraordinario Jefe del nacismo chileno, Jorge González von Marées, da órdenes, desde la cárcel, a sus huestes de nacistas para votar por la izquierda, por el Frente Popular, y, una vez terminada la elección, con los resultados que todos conocemos, modifica definitivamente la línea de su Movimiento Nacista, transformándolo en "Vanguardia Popular Socialista". Cambia la bandera y el saludo del brazo extendido, por un brazo doblado, al estilo aprista (nada que ver con el peronismo, como alguien, en su ignorancia, ha pretendido afirmarlo, pues éste aún no existía en la Argentina). La desilusión es grande entre los honestos militantes, acostumbrados a creer que se hallaban por "sobre la derecha y la izquierda", "memorias del ayer"…
Muchos de ellos abandonan el partido y se van con los nacionalsocialistas de Guillermo Izquierdo Araya (éste, sí, con afinidades con el fascismo italiano de aquellos años). Otros pretenden mantener el Partido Nazi ortodoxo, al estilo alemán. Es a este último donde yo me dirijo, primero. Es decir, al auténtico Partido Nacionalsocialista de Chile, al de los mártires, al de los héroes masacrados en la Torre del Seguro Obrero, que murieron cantando el Himno de combate alemán, traducido al español, el "Horst Wessel", dedicado al primer mártir del Partido Nazista alemán y que fuera el Himno de combate de las Tropas de Asalto del Nacismo chileno, las T.N.A.. Los uniformes del Nacismo aquí eran iguales al de los nazistas alemanes. Y el rayo en la hebilla de los cinturones era una runa sieg, como la de los SS.
Fue Carlos Keller, el único intelectual auténtico, el único hombre culto de verdad en el nacismo chileno, quien intentó mantener el partido en el desastre, quedándose con los más ortodoxos, los más intransigentes. A él me dirigí en un comienzo, pues no podía entender que el "Jefe" y muchos otros, pretendieran acercarse a la izquierda corrompida, que yo venía de conocer. Y es por esto, precisamente, que me encuentro en condiciones de ser tal vez el único en Chile que conozco la verdad de los orígenes del Movimiento Nacista chileno, por habérmelo revelado Carlos Keller, su fundador.
Recuerdo, como si fuera hoy, lo que sucedió en esos días, de hace tantos años. Yo era un joven escritor conocido ya en los medios de publicidad de la época, por haber colaborado en los periódicos y revistas, entre ellos "El Mercurio", y haber publicado un libro, la "Antología del Verdadero Cuento en Chile". Carlos Keller me recibió en su oficina de "Transportes Terrestres", por Morandé, o Teatinos abajo, ya no lo recuerdo bien. Me invitó a subir a su auto, un Mercedes de dos asientos y nos trasladamos a un lugar apartado, cercano a las riberas del Mapocho, para poder "conversar confidencialmente y a fondo". Empezó dándome a conocer los orígenes del Nacismo chileno.
Con un grupo de alemanes del sur, habían pensado fundar el Nazismo en Chile. Para que pudiera prender aquí, decidieron buscar un hombre que tuviera las siguientes características, para ser el Líder, el "Jefe", o Führer, del Movimiento, dentro de los lineamientos del Führer Prinzip (que encuentra en Chile su réplica en el principio araucano del "Cinche", o "Cinchecona"): Debería ser, simbólicamente, un mestizo de chileno y de alemán. Fue así, me decía Keller, que se encontró a Jorge González von Marées, un modesto y desconocido abogado, que no era un político y ni siquiera un buen orador. (Ser orador y bueno, fue un requisito de los tiempos, en especial del Nazismo). No debía ser rubio ni de ojos azules, más bien moreno, de estatura media y de la clase media. "Si al Nazismo le va bien internacionalmente, aquí le llamaremos von Marées; si le va mal, será solamente González". Y de hecho fue así. Hasta el "putsch" de 1938, el Jefe fue conocido y nombrado mayormente "von Marées" y el Movimiento fue Nazista, o Nacista, antidemocrático y totalitario. Luego, con la "Vanguardia Popular Socialista" y con la bandera plagada de estrellas, a lo yanqui, con el aprismo, etcétera, con Pedro Foncea infiltrado, tal vez masón, como Secretario General del partido, el Jefe pasó a ser sólo Jorge González, a secas.
Aquí llegué yo; esto fue lo que conocí directamente. Carlos Keller carecía de cualquier condición para ser un líder político, ni siquiera tenía voz para hablar en público. No me quedó otra cosa que dirigirme a la "Vanguardia Popular Socialista". Hubo un cambio de cartas entre Jorge González von Marées y yo, que fuera publicado por la prensa de entonces, con el título de "Escritor izquierdista se pasa al Nacismo". (Las cartas han sido publicadas en mi libro "Adolf Hitler, el Último Avatara"). La carta de Jorge González fue extraordinaria. En verdad, él fue un hombre extraordinario, como, asimismo, lo era esa pléyade de chilenos que le seguía y acompañaba fanáticamente: Mauricio Mena, Mariano Casanova (autores de los bellísimos himnos del Nacismo chileno), César Parada, Francisco Infante, Javier Cox, Ángel Guarello, Gustavo Vargas Molinare (estos dos fueron diputados del Movimiento), Óscar Jiménez Pinochet, quien llegó a ser gran amigo mío y de mi familia (padre del actual Ministro democristiano de Salud; Juan Diego Dávila, quien, desilusionado, se pasó al Nacionalismo de Guillermo Izquierdo Araya y hasta hoy se mantiene firme en los principios Nacionalsocialistas auténticos, sufriendo toda clase de dificultades y privaciones, pero leal y fiel como un príncipe Borghese. A muchos otros, quienes se han pasado a los partidos democráticos liberales y hasta marxistas, casi no les conocí entonces, porque nada hacían. En verdad, poco o nada hicieron. Eran gente gris, de la tropa, que se limitaba a seguir al Jefe ciegamente, hiciera éste lo que hiciera, fuera donde fuera. No tenían mayor cerebro, ni aún lo tienen. Su virtud fue siempre la lealtad, de la que careció absolutamente el Jefe, por desgracia y por destino fatal de nuestra generación y de Chile.
Inventé y mantuve la página literaria del diario del Movimiento, "Trabajo". Con gran orgullo aún guardo el carnet de este diario, firmado por su director, Javier Cox. Viajé por Chile, con Ruperto Álamos y Sergio Recabarren, camaradas magníficos, muertos ya ambos, y también con Jorge González von Marées, a quien pude estudiar y conocer. Tomé así contacto con esos núcleos magníficos de héroes de nuestra patria, lo mejor de nuestra raza. Luego, estalló la Segunda Guerra Mundial y me enrolé espiritual y moralmente en las huestes de Hitler. El mismo Jorge González, con Roberto Vega (muerto hace poco como sacerdote católico y de quien podría contar algo extraordinario, acaecido después de su muerte) volvieron a editar la Revista "Acción Chilena", de apoyo a Alemania e Italia, durante la Guerra. Me propusieron acompañarles y no sacar mi revista "La Nueva Edad", para aunar las fuerzas. Rehusé, pues ya me daba cuenta de las diferencias de apreciación respecto a ciertos puntos fundamentales; no con Roberto Vega, pero sí con Jorge González, quien se mantuvo guardando las apariencias, mientras Alemania pudo ganar. Iba ya preparando su gran traición, la que no fue un acto casual, sin premeditación, habiendo dado los primeros pasos cuando el apoyo al Frente Popular y el cambio de nombre del Movimiento, transformado ya en "partido".
Está demás seguir analizando y contando aquí estas tragedias. Son asuntos que duelen demasiado. En un Movimiento monolítico y jerárquico, si el Jefe traiciona, todo deberá desmoronarse. Jorge González debió pegarse un tiro, después de la masacre del Seguro Obrero, y otro tanto debieron hacer sus subordinados responsables, después de la traición del líder máximo y carismático. Hoy serían semidioses y Chile tendría un ideal inmenso por el que luchar. Las nuevas generaciones estarían a salvo de cualquier virus maligno. Con mis limitadas fuerzas, aunque con mi conocimiento, incrementado durante la Gran Guerra, he tratado afanosamente de sostener esa bandera ensangrentada y mantenerla en alto, a pesar de no ser yo, quizás, el más indicado para hacerlo: un intelectual, un escritor, un poeta. Mi amor a Chile, sin límites, la lealtad a mi generación y a esos héroes que no conocí y que fueron masacrados en sus cuerpos, pero cuyo espíritu hace brillar el mío inmortalmente, más allá de todo, me inspiran y me dan fuerzas para levantarme cada día sobre mis debilidades y mis años. Si los nacistas chilenos fueron traicionados, yo jamás lo haré. Su jefe le dio la mano al asesino y pasó a formar parte de su Partido Liberal. Que una cosa así haya podido acontecer entre nosotros, es algo absolutamente diabólico y, quizás, se explique –si es que alguna explicación puede hallarse– en la sangre de una abuela judía que corría por las venas de Jorge González von Marées, según lo ha venido a revelar hace poco su sobrino, Rodrigo Alliende, en su libro "El Jefe". Hitler decía que hasta pasado trescientos años el mestizaje judío puede producir un judío típico, o impulsar un acto criminal como éste, de proporciones tan enormes como el hundimiento de un continente; es decir, la destrucción de toda una generación superior, capaz de transfigurar la patria, por sus altos valores morales y su idealismo.
Es cierto que en este caso muchas cosas coinciden, dentro de lo que se pudiera llamar el "sincronismo del Destino", de esta tierra trágica, de este "hoyo penitente", que es Chile, donde el drama se repite, como en un Eterno Retorno, desde los más remotos tiempos. Es verdad que sobre el "Jefe" y sobre el Movimiento Nacista se descargó todo el “peso de la noche”, toda la confabulación judeo-masónica-eclesiástica, que no podía permitir el surgimiento de un milagro, de una fuerza ajena a la gran conspiración histórica, que controla hechos y tragedias (pensemos en José Miguel Carrera, tan parecido físicamente a Jorge González von Marées), después de la Independencia y ya durante la misma Conquista española, y aún antes, en nuestra América.
Tal vez el "Jefe" careció de los genes necesarios para resistir la terrible presión del Enemigo; pero posiblemente él mismo provocara el desenlace. A estas alturas en el tiempo, sólo podemos ya intentar –con mis jóvenes camaradas de esta amada patria– recoger los escombros de esa catástrofe que lo destruyera todo y, con el ejemplo del Führer, Adolf Hitler, que nunca traicionara y que, como un Dios, fue capaz de mantenerse firme hasta el final, inquebrantable –un Ulises, un Hércules, un Caupolicán– cargando nosotros con todo el peso de esta historia macabra de Chile, sin tampoco claudicar jamás, para poder rescatar el sacrificio de los héroes nazistas chilenos, que como nazistas murieron masacrados, dejando a otros defender a los tránsfugas, a los "vanguardistas", a los "demócratas"; pero sin permitir que los héroes y mártires, los más puros de mi generación, sean ahora transformados, canallescamente, en lo que ellos sí son.
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