El libro "C. G. Jung Speaking", del profesor William McGuire, ha sido traducido últimamente al castellano y publicado por la editorial Trotta, con el título "Encuentros con Jung". Ahí se reproducen las descripciones de Jung cuando viera a Hitler y a Mussolini juntos, dirigiéndose a una gran concentración de masas. Mientras Mussolini era un hombre normal, "un ser humano", por así decir, hasta simpático, Hitler no lo era, "carente de individualidad, confundido con el alma colectiva de su Nación, poseído por su Inconsciente Colectivo". Y Jung agregaba: "Ni siquiera por el Inconsciente Colectivo de un solo país, sino de toda una raza, de la raza aria. Y es por ello que los oyentes, aun cuando no entiendan el alemán, si son arios, serán arrebatados, hipnotizados por sus palabras, porque los representa a todos ellos, habla por todos. Y si lo hace a gritos, es porque una nación entera, toda una raza, se está expresando a través de él". Así, Hitler es la encarnación del Dios ario Wotan. Está poseído por él, no es ya un ser humano. Y Jung llega a compararlo con Mahoma, con el fenómeno Mahoma, y lo que él fuera y aún es para todo el mundo islámico.
No creo que el profesor Jung haya leído el libro de Kubizek, "Adolf Hitler, mi amigo de juventud", el más importante que se haya escrito sobre el Führer germano, y que nos ilustra como ninguno al confirmar sus apreciaciones, narrando una escena extraordinaria acaecida una noche de su juventud, tras haber asistido los dos amigos a la representación en Linz, de "Rienzi", de Richard Wagner. Fue tan grande la impresión que le produjo esta obra a Hitler (en la que tal vez presentía su propio drama futuro), que marchó con su amigo en total silencio por las calles nocturnas en dirección al bosque, en la montaña. Y cuenta Kubizek que, una vez llegados allí, le tomó una mano entre las suyas y comenzó a hablar como en trance, con una voz que no le pertenecía, admirado él mismo al escucharse. Se refería a Alemania, a los germanos y a lo que él haría por ese pueblo: una revolución total. Y esto lo declaraba un muchacho austríaco de no más de dieciséis años, un completo desconocido. Revela Kubizek que muchos años después, cuando ya Adolf Hitler era el Führer de Alemania, le recordó esa extraordinaria escena de una lejana noche de su juventud. Y Hitler le dijo: "Sí, jamás la he olvidado; porque ahí comenzó todo...".
Como en muchas otras cosas, también el psicoanálisis se ha apoderado de conceptos y expresiones de Nietzsche, sin declararlo ni reconocerlo. Así pasa con la concepción del "Inconsciente", de Freud, que a su vez adoptara Jung ampliándola al Inconsciente Colectivo. Fue Nietzsche quien afirmó que "había algo en él que sabía más de lo que él mismo sabía; porque él no era consciente de saberlo".
Y Jung amplió esta vivencia al afirmar: "Yo sé cosas de usted que usted mismo no sabe y que yo tampoco sé que las sé...".
Sin duda, Jung en los años treinta se sintió intrigado por el fenómeno del nacionalsocialismo, con su fuerza arrolladora, amenazando extenderse mundialmente. Y aceptó la Presidencia de la Sociedad Médica Internacional de Psicoterapia, entrando a reemplazar al hermano de Göring. Además, se había producido su ruptura con Freud y acuñaría su teoría de los "Dos Inconscientes Colectivos", entregándole con ella un arma formidable al nazismo; pero que éste jamás uso, debido a la desconfianza esencial que el hitlerismo tenía de todo lo que proviniese del psicoanálisis y de su terminología.
No hay duda de que para Jung el final de la Guerra fue una catástrofe, temiendo que también toda su obra pudiera ser destruida al vincularlo al hitlerismo, aunque sólo fuera de un modo "filosófico", también por su concepción del Arquetipo, refiriéndose a Wotan o a Vishnú, de modo que Adolf Hitler, al ser poseído por Wotan, pasaba a ser un Avatara, así "ocupado" por una divinidad externa, extraterrestre, como se diría hoy. Al final de sus días, Jung, y por primera vez, declara en el prólogo a mi libro "Las Visitas de la Reina de Saba" que el "Arquetipo" sería una Entidad superconsciente; es decir, un Dios, y no una "representación de los instintos", como hasta entonces lo definieran sus discípulos.
Temiendo por la destrucción de la obra de toda su vida, y a que lo vincularan a Hitler o al hitlerismo, al finalizar la Guerra Jung sufrió tres ataques al corazón. Ya antes había aconsejado a los Servicios Secretos ingleses y norteamericanos de "alargar la guerra; porque Hitler estaba poseído por Wotan, Dios del huracán y la tormenta (Blitzkrieg). Y una tormenta no puede durar mucho tiempo, se va agotando, autodestruyéndose...".
De todos modos, la actitud de Jung, un suizo, fue diametralmente opuesta a la de Heidegger, un alemán, quien se mantuvo firme, como partidario del nazismo, hasta el final, sin pensar en lo que pudiera suceder con su obra.
Y Heidegger recordaría a Ezra Pound: "¡Mantente firme en los viejos sueños, para que tu mundo no pierda la esperanza...!".
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