domingo, 3 de abril de 2016

Joaquín Bochaca - Política y magia


Un análisis de los acontecimientos políticos de esta azarosa época nos lleva la conclusión de que suceden cosas que parecen, puramente, obra de magia. Un caso muy conocido es el del alucinante paralelismo entre las vidas y – sobre todo – las muertes de dos conocidísimos presidentes de los Estados Unidos: Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy.

Por ejemplo: Lincoln y Kennedy esgrimieron la bandera de los llamados “derechos civiles” en su propaganda electoral.

Pero tanto Kennedy como Lincoln echaron mucha agua al vino de su teórico reformismo una vez llegados a la presidencia.

Lincoln fue elegido presidente en 1860, Kennedy en 1960.

Lincoln y Kennedy fueron asesinados un viernes.

Ambos fueron asesinados en presencia de sus esposas.

En ambos casos, la muerte se produjo de un tiro en la parte posterior de la cabeza.

Sus sucesores se apellidaban Johnson. Ambos sucesores pertenecían al Partido Demócrata. Ambos eran originarios del Sur. Ninguno de ellos era miembro del Congreso. Pero ambos eran miembros del Senado.

Los asesinatos de Kennedy y de Lincoln fueron cargados, en el primer instante, en la cuenta de los "malos” sudistas. Luego resultó que no era así.

Andrew Johnson, sucesor de Lincoln, nació en 1808. Lindon Johnson, sucesor de Kennedy, nació en 1908.

John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, nació en 1839. Lee Harvey Oswald, asesino de Kennedy, nació en 1939.

Booth y Oswald eran originarios del Sur. Ambos sustentaban creencias impopulares en su país: Booth era anarquista; Oswald, comunista.

Las esposas de Lincoln y de Kennedy perdieron hijos, por aborto, mientras residían en la Casa Blanca. En ambos casos se acusó a los ginecólogos de grave negligencia.

El Secretario privado de Lincoln, que se apellidaba Kennedy, le aconsejó no ir al teatro el día que lo mataron.

El Secretario privado de Kennedy, que se apellidaba Lincoln, le aconsejo que no fuera a Dallas en el que sería el último que haría el presidente.

John Wilkes Booth le disparó a Lincoln en un teatro, situado enfrente de un almacén. Lee Harvey Oswald le disparó a Kennedy desde el techo de un almacén situado enfrente de un teatro. Ambos asesinos fueron, a su vez, asesinados antes de que se celebrara el juicio.

El asesino de Booth fue, según la vox populi, Jack (Jacob) Rothweil. El asesino de Oswald fue, según pudo ver todo el mundo por TV, Jack (Jacob) Ruby (Rubinstein). Ambos asesinos de asesinos eran judíos.

A Lincoln se le había aconsejado, varias veces, que no se ocupara de asuntos financieros y, concretamente, que no emitiera los "green backs", dinero libre de intereses, emitido directamente por el Estado de la Unión, y no desistía de su propósito. Dijo que los magnates de la Finanza eran unos"sons of a bitch"(hijos de perra).

A Kennedy se le había hecho la misma recomendación, pero él insistía en hacer "una prueba” con la emisión del nuevo billete de dos dólares. Dijo que los “Big Men” de la Finanza eran unos "sons of a bitch" (hijos de perra).

¿Coincidencias? Bien. Resulta que son veintitrés coincidencias. Algunas pueden perfectamente serlo. Otras... es dudoso que lo sean. El cálculo matemático de probabilidades aconsejaría creer lo contrario.

Hay un libro, muy curioso y prácticamente inencontrable hoy en día, titulado "El Simbolismo en la Masonería", del que fuera Arzobispo de Port-Louis, Monseñor Léon Meurin. En él se trazan curiosos paralelismos entre la alta política y el simbolismo. Concretamente el simbolismo oriental, los poderes fácticos que mueven el mundo actual, lo que en los países anglosajones se llama el "establishment”, y en el resto del mundo "el Sistema" son, por el origen étnico de la apabullante mayoría de sus integrantes, orientales. Esas personas, a causa de la misma naturaleza de sus actividades, a menudo secretas, han utilizado siempre lenguajes simbólicos, mensajes cifrados, códigos esotéricos reservados a iniciados. Y no sólo por pura conveniencia: también por inclinación innata inherente a su propia naturaleza retorcida. Recuérdese por ejemplo, los signos cabalísticos pintados en la pared de la habitación donde fueron asesinados el último Zar de Rusia y los miembros de su familia. Racionalmente, cabe preguntarse: ¿qué necesidad había de firmar el crimen? Tal vez la hubiera, aunque nos inclinamos a pensar que no se trató más que de la expresión anímica de los miembros del pelotón de asesinos.

Profundizando en el estudio de contemporáneos, observamos hechos, casos, coincidencias, sorprendentes e inquietantes a la vez. Por ejemplo: existe el lenguaje de los números. El número trece, que sólo en los países cristianos es símbolo de mala suerte (aludiendo a los trece comensales de la última cena, siendo el decimotercero el traidor Judas) es, entre los judíos, de buena suerte. ¿Por idéntico motivo? Lo ignoramos. Lo que sí sabemos es que el once es el número de la vergüenza, del castigo. Así, a los once, precisamente once condenados de Núremberg, se les hizo subir a un patíbulo que tenía, también, once, precisamente once, escalones. ¿Coincidencias? Puede ser. Como también puede ser una coincidencia que Aldo Moro, que preconizaba una política en Medio Oriente que no placía a los poderes fácticos, fuera asesinado de once, precisamente once, tiros. Y que once tiros recibiera Jürgen Ponto, magnate del ”Dresdner Bank", cuya política energética no era nada "ortodoxa” según los dictados de los señores del Sistema. Podían haber sido doce o diez. Pero fueron once. Coincidencias.

Muchas más coincidencias hay, por ejemplo: el movimiento comunista adoptó como color de su bandera el rojo. Pudo haber sido cualquier otro color. Pero fue el rojo. El emblema rojo: en alemán “Rothes Schild", que era el apellido de la dinastía bancaria Rotschild antes de arreglárselo de forma más eufónica. Marx vivió sin trabajar, y gozando de misteriosas protecciones, en el Londres victoriano donde hacían la ley Benjamin Disraeli y su padrino Lord Rotschild. ¿Coincidencia? Vale.

Artículo publicado en el número 
96 de la revista CEDADE, Abril de 1981

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