lunes, 4 de abril de 2016

Joseph Goebbels - Saber esperar


No hay nada más sencillo, satisfactorio y reconfortante que, a la cabeza de un joven grupo activista, practicar política de puño, hablar y actuar como lo manda el corazón, llamar a un sinvergüenza sinvergüenza y a un estercolero estercolero, dar una bofetada de ser necesario a un mentiroso, traidor y canalla notorio, decir y también hacer lo que toda persona decente piensa y siente; en suma, proceder con toda franqueza. Mas difícil es ya, acercarse sigilosamente desde la emboscada a la víctima, rondar como el gato a la papilla caliente, poner buena cara al mal juego, cerrar el puño dentro del bolsillo y apretar solo para sí los dientes y sisear “¡canalla!”.

Pero lo mas difícil es como fiero lobo ponerse la piel de cordero, colocarse la máscara del hombre vulgar, ser indiferente entre indiferentes cuando por dentro arde un volcán, cuando día tras día y hora tras hora te persigue el diablo y quisieras a veces estallar en un insensato aullido de rabia por odio y sed de venganza. Pero también esto debe ser aprendido. Un revolucionario debe poder todo. Prueba de espíritu revolucionario no es solamente el pegar, sino el pegar en el momento justo.

También la revolución ha de ser organizada. Si la revolución no significa otra cosa que irrupción de una nueva postura anímica con contenidos espirituales y políticos de dirección distinta, y cuando el revolucionario esta convencido interiormente en forma tan inconmovible de la validez y necesidad de esta irrupción que de ser necesario estará dispuesto a sacrificar por ello su vida, entonces también encontrara medios y caminos para poner en marcha prácticamente esta irrupción. Las revoluciones tienen su característica en estos contenidos mismos, nunca en sus métodos. Las posibilidades de realización son mutables. Inmutable solamente ha de quedar lo que debe ser realizado.

¡Sí, esto es insoportable! Pero más insoportable para el que está a la cabeza que para aquel que marcha en las filas. Allí cada cual lleva su paquetito, pero el de arriba tiene que llevar también una parte de todos estos paquetitos y tiene que llevar el suyo propio además. ¿Creen ustedes que a nosotros no se nos contraen también alguna vez los dedos? ¿No saben que nuestra pluma una y otra vez quiere escribir palabras distintas a las que permite el intelecto que analiza fríamente? ¿Es que no oyen ustedes que la voz quisiera hablar de otra manera que la que permite la reflexión calculadora?

¡Saber esperar! Esto es lo importante ahora. Creer en la fuerza revolucionaria del Movimiento, aunque transite honesta y pacíficamente sus senderos aparentemente burgueses. No son los vengadores mas eficaces los que basan su odio en ira y sangre. Lanzarse fríamente al pellejo del adversario, tantearlo, espiar donde esta su punto vulnerable, afilar la lanza ponderada y calculadamente, con exacta puntería introducirla en el flanco descubierto y decir quizás por encima, sonriendo amablemente: “disculpe, señor vecino, pero no puedo de otra manera!” Esto es aquel plato de venganza que se saborea fríamente.

Sí, dices tu, pero los comunistas sí son terribles, esos arremeten como Blucher. Ciertamente, también yo lo sé. Pero ellos se pueden dar el lujo. ¿Acaso has visto alguna vez que un presidente de Policía berlinés mandase parar la cachiporra de sus soldados cuando cae sobre nuestras espaldas? Una revolución que goza de la benevolente protección de los poderes que ella combate, no es una revolución. Acá el espíritu de irrupción se sustituye por el sucedáneo de un método radical tolerado oficialmente.

¡No, no! Así no llegamos a la meta. Se trata ahora de organizar las fuerzas que están movilizadas en nuestras filas.

¡No hablen mucho, sino trabajen! Aprendan a tener convicción sin estruendo. La espera nos aprovecha mejor que a los que queremos destruir. El tiempo trabaja por nosotros, y si trabajamos mano a mano con el tiempo, entonces podemos observar confiada y tranquilamente cómo el enemigo empieza a cocinarse en su propia grasa.

¡Aprende a callar!
Así reza el primer mandamiento del revolucionario.

¡Aprende a esperar!
Así reza el segundo mandamiento del revolucionario.

Trabajar es el imperativo de la hora.
Y luego, ¡a esperar en silencio!

Publicado en el diario "El Ataque" (Der Angriff), en la 
edición del 18 de noviembre de 1029.

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