Derecha e Izquierda son designaciones que se refieren a una sociedad política en crisis. En los regímenes tradicionales las mismas eran inexistentes, por lo menos si eran tomadas en su significado actual; en los mismos podía haber una oposición, aunque no revolucionaria, esto es que pusiera en jaque al sistema, sino lealista y de algún modo funcional: así en Inglaterra se pudo hablar de una His Majesty's most loyal, es decir de una "lealísima oposición a su Majestad". Las cosas han cambiado luego de la aparición de los movimientos subversivos en los tiempos más recientes, y se sabe que en su origen la Izquierda y la Derecha se definieron en base al lugar ocupado respectivamente en el parlamento por parte de los partidos opuestos.
De acuerdo a los planos, la Derecha asume significados diferentes. Existe una Derecha económica de base capitalista no privada de legitimación si la misma no prevarica y si su antítesis es el socialismo y el marxismo.
En cuanto a una Derecha política la misma en rigor adquiere su pleno significado si existe una monarquía en un Estado orgánico: tal como ha sucedido sobre todo en la Europa central, en parte también en la Inglaterra conservadora.
Pero se puede también prescindir de presupuestos institucionales y hablar de una Derecha en los términos de una orientación espiritual y de una concepción del mundo. Entonces ser de Derecha significa, además de estar en contra de la democracia y en contra de todas las mitologías 'socialistas', defender los valores de la Tradición como valores espirituales, aristocráticos y guerreros (de manera derivada, también con referencia a una severa tradición militar, como, por ejemplo ha acontecido con el prusianismo). Significa además alimentar un cierto desprecio hacia el intelectualismo y respecto del fetichismo burgués del 'hombre culto' (el exponente de una antigua familia piamontesa tuvo ocasión de decir en forma paradojal: "Yo divido a nuestro mundo en dos clases: la nobleza y los que tienen un diploma" y Ernst Jünger valorizó el antídoto constituido por un "sano analfabetismo").
Ser de Derecha significa también ser conservadores, aunque no en un sentido estático. El presupuesto obvio es que existe algo subsistente digno de ser conservado, lo cual sin embargo nos pone frente a un difícil problema en el momento en que uno se refiera a aquello que ha constituido el inmediato pasado de Italia luego de su unificación: la Italia del ochocientos no nos ha dejado por cierto una herencia de valores superiores a ser tutelados, aptos para servir como base. También elevándose más hacia atrás, en la historia italiana no se encuentran sino esporádicas posturas de derecha; ha faltado una fuerza unitaria formativa tal como existiera en otras naciones, desde hace tiempo convertida en firme y sólida por parte de antiguas tradiciones monárquicas de una élite aristocrática.
De cualquier modo, al afirmar que una Derecha no debe estar caracterizada por un conservadurismo estático quiere decirse que deben más bien existir ciertos valores o ciertas ideas-base operando como un firme terreno, pero que a los mismos deben dárseles diferentes expresiones, adecuadas al desarrollo de los tiempos, para no dejarse sobrepasar, para retomar, controlar e incorporar todo aquello que se va manifestando a medida que las situaciones varían. Éste es el único sentido en el cual un hombre de Derecha puede concebir el "progreso"; no se trata del simple movimiento hacia delante, como demasiadas veces se piensa sobre todo entre las izquierdas; de una "fuga hacia delante" ha podido hablar al respecto con razón Bernanos ("où fuyez-vous en avant, imbécils?"). El "progresismo" es una quimera extraña a toda posición de Derecha. También lo es porque en una consideración general del curso de la historia, con referencia a los valores espirituales, no a los materiales, a las conquistas técnicas, etc..., el hombre de Derecha es llevado a reconocer un descenso, no un progreso y un verdadero ascenso. Los desarrollos de la sociedad actual no pueden sino confirmar esta convicción.
Las posturas de una Derecha son necesariamente anti-societarias, anti-plebeyas y aristocráticas; en modo tal que la contraparte de todo esto será la afirmación del ideal de un Estado bien estructurado, orgánico, jerárquico, regido por un principio de autoridad. A este último respecto se asoman sin embargo dificultades en orden a aquello de lo cual tal principio puede recabar su fundamento y su crisma. Es obvio que el mismo no puede venir desde lo bajo, del demos, en el cual, a pesar de lo que manifiesten los mazzinianos de ayer y de hoy, no se expresa para nada la vox Dei, sino más bien lo contrario exacto. Y deben excluirse también las soluciones dictatoriales y "bonapartistas", las cuales pueden valer tan sólo transitoriamente, en situaciones de emergencia y en términos contingentes y coyunturales.
Nuevamente nos vemos obligados a referirnos en vez a una continuidad dinástica, siempre y cuando, considerando un régimen monárquico, se tenga al menos en vista lo que ha sido denominado como el "constitucionalismo autoritario", es decir un poder no puramente representativo, sino también activo y regulador, sobre el plano de aquel "decisionismo" del cual ya hablaron De Maistre y Donoso Cortés, con referencia a decisiones que constituyen la extrema instancia, con todas las responsabilidades que se le vinculan y que son asumidas en persona, cuando nos encontramos ante la necesidad de una intervención directa porque el orden existente ha entrado en crisis o nuevas fuerzas urgen sobre la escena política.
Sin embargo repetimos que el rechazo en estos términos de un "conservadurismo estático" no se refiere al plano de los principios. Para el hombre de Derecha son los principios lo que siempre constituye la base de su acción, la tierra firme ante la mutación y la contingencia, y aquí la "contra-revolución" debe valer como una consigna muy precisa. Si se quiere, nos podemos referir en vez a la fórmula, tan sólo en apariencias paradojal, de una "revolución conservadora". La misma concierne a todas las iniciativas que se imponen para la remoción de situaciones negativas fácticas, necesarias para una restauración, para una asunción adecuada de aquello que posee un valor intrínseco y que no puede ser objeto de discusión. En efecto, en condiciones de crisis y de subversión, puede decirse que nada tiene un carácter tan revolucionario como la sustentación de tales valores. Un antiguo dicho es usu vetera novant, es decir las antiguas costumbres renuevan, y ello pone en evidencia el mismo contexto: la renovación que puede realizar la asunción de lo "antiguo", es decir de la herencia inmutable y tradicional.
Con esto creemos que las posiciones propias del hombre de la Derecha quedan esclarecidas en forma suficiente.
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