jueves, 31 de marzo de 2016

Joaquín Bochaca - Léon Degrelle y la Europa real


Solo pude hablar personalmente en tres ocasiones con Léon Degrelle, pero fueron suficientes para captar su extraordinaria personalidad, que se hallaba en las antípodas de lo que se llama un político profesional. Aunque era un gran orador, no hacia uso de los artificios de la oratoria clásica. No los necesitaba. Le bastaba con una lógica tan sencilla como convincente, adecuada para toda clase de públicos.

Tuve la oportunidad de asistir a dos conferencias suyas en un local de la desaparecida CEDADE, a finales de la década de los años setenta del siglo pasado.

Recuerdo especialmente una charla suya, sobre el tema de los regionalismos europeos. En aquella época se estaba gestando la autonomía de Catalunya, que, según los patentados patrioteros de la entonces denominada Alianza Popular iba a "romper España", a "enfrentar hermanos con hermanos", y demás manidos topicazos, con los que sus sucesores del Partido Popular iban a continuar machacando los oídos de sus tan crédulos como deliberadamente ignorantes sucesores.

Léon Degrelle era de nacionalidad belga. Pero Bélgica no era mas que un invento, un parto "ex nihilo", generado por Inglaterra en 1831, al desgajar la parte flamenca al sur de Holanda y añadirle la porción francófona llamada Valonia. La sutil inteligencia de Londres debilitaba así un peligroso rival y creaba un agradecido satélite en el continente al cual le atribuía el puerto de Amberes, el más importante del norte de Europa. El nombre del país se derivaba de las antiguas tribus - los belgas - que habían habitado aquella zona muchos siglos atrás.

Léon Degrelle se consideraba - porque lo era - un valón. La unidad que él comandó en el Frente del Este era una denominada Legión Valona, a pesar de no sustentar ningún tipo de prevención contra los flamencos. Incluso el origen de su movimiento político, REX, se fundamentaba en la unión de las dos principales fuerzas sociales, étnicas y políticas de Flandes y Valonia.
Volviendo al tema de la muy recordada conferencia de Degrelle en Barcelona, solo cabe decir que si, viajando en el tiempo, la escucharan determinados epígonos de la "Unidad de Des(a)tino en lo universal" y desconocieran la identidad del orador, inmediatamente lo calificarían de "rojo-separatista".

Sin embargo, nada mas alejado de la realidad. Léon Degrelle era un nacionalsocialista de la cabeza a los pies. Conocida es la frase de Hitler según la cual, de haber tenido un hijo hubiera deseado que se pareciera a Degrelle. Pero, además, Degrelle era un adicto a las tesis de la "Europa de las Patrias carnales", tal como fuera definida en la Asamblea de Charlottenburg, presidida nada menos que por el Reichsführer SS Heinrich Himmler, a principios de 1944. En efecto, aquella incomparable SS, tanto la "Waffen", como la "Allgemeine", ya contaba, en aquella época con mas de un 40% de no-alemanes, otro tanto de alemanes, y un 15 a 20% de "Auslandsdeutschen" es decir, de descendientes de alemanes nacidos en el extranjero,. Basta con leer los libros de Saint-Loup o de Jean Mabire narrando las gestas de los SS nórdicos, occitanos, bretones, noruegos, valones, flamencos, en el Frente del Este.

Degrelle como Jean Mabire, Saint-Loup, Frannwitz, y tantos mas, sabiéndolo o no, luchaban por una Europa REAL, y, por cierto, tal fue el titulo ("L’Europe Réelle") del primer periódico paneuropeísta publicado en la post-guerra por otro superviviente de las estepas rusas, el valón Jean-Robert Debbaudt.

En Charlottenburg se editó incluso un primer boceto de mapa de la "Europa de las etnias", en el que se hacia tabla rasa de las fronteras estatales artificiales, producto muchas veces de guerras de rapiña, cuando no de bodas dinásticas, con lo que los pueblos y etnias enteras eran objeto de cambalaches entre media docena de familias, Habsburgos, Borbones, Saboyas, Battenbergs, Romanoffs…mientras tanto, el gigante chino se despertaba en Oriente, y en Occidente una joven república redentora de enormes riquezas se perfilaba como una nueva super-potencia mundial.

La visión política de los hombres de Charlottenburg comprendía que Europa solo era viable aplicando la vieja fórmula, del refranero castellano "cada uno en su casa, y Dios en la de todos".
El mapa de Charlottenburg fue reproducido por Saint-Loup en su libro "Les SS de la Toison d’Or". Todas las patrias carnales de Europa dispondrían de un autogobierno interno total, mientras que la política exterior y las finanzas estarían desde la capital federal europea, Viena.

Recuerdo cómo Degrelle se indignaba al enumerar las limitaciones de la entonces "Comunidad Económica Europea", la Europa de los Estados, preconizada por el General De Gaulle. Decía que todos los "socios del club" solo concebían Europa como una vaca lechera. Todos pensaban en qué podían obtener de Europa; nadie en lo que podía aportar. En cambio, se entusiasmaba cuando hablaba de la Europa que hubiera podido ser si la suerte de las armas no hubiera resultado adversa. Afirmaba que un día u otro Europa se haría, desde el Mar del Norte hasta Vladivostock. Seria la primera - y única - potencia mundial. La alternativa, es decir, la que existía cuando nos hablaba, era una Europa sin ilusión y destinada a ser un satélite de Estados Unidos y, por elevación, de los poderes tácticos imperantes en Wall Street.

Los hechos, por desgracia, le están dando la razón. En la actual Europa, cuanto más crece su extensión, más se le acumulan los problemas, algunos de los cuales parecen insolubles: la inmigración incontrolada, las rivalidades inter-estatales, las corruptelas de los profesionales de la política, la ausencia de una política exterior propia y, sobre todo, la falta de un verdadero entusiasmo paneuropeo. En resumen, a LA EUROPA REAL, LA EUROPA DEL AMOR FRATERNO ENTRE NUESTROS PUEBLOS, de Léon Degrelle y los hombres de Charlottenburg, se ha opuesto la contrafigura actual, definida tiempo ha como "un matrimonio de conveniencia no consumado". Pero en política, lo más necio es la desesperación, y precisamente lo obviamente desastroso de la actual situación permite esperar que, por la Ley del Eterno Retorno, aparezca un grupo de hombres que, unidos en torno a la idea de la Europa real, hagan posible un nuevo amanecer.

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